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En 2003, Preiss Gerhard y Friederich Gerhard publican en la revista Mente y Cerebro un artículo denominado Neurodidáctica, que explica las bases de una nueva discipina también llamada neuroeducación donde neurociencia y pedagogía emprenden un camino común en la mejora del aprendizaje y adquisición de conocimiento.

Hace algunos años en un arrebato contra la idea de innovación educativa basada en la tecnología, escribí la importancia de conocer el funcionamiento del cerebro para inducir procesos de aprendizaje, e incluso, subrayé el decisivo papel de la emoción en el proceso.

Desde entonces, no son muchos los avances que en la práctica se han producido en materia de neurociencia aplicada. De hecho, la pedagogía critica el enfoque neurocientífico por aquello de tratar al cerebro humano como una rata de laboratorio, y obviar los principios de la OECD que en su informe PISA decía:

1. La popularidad de una pretensión neurocientífica no necesariamente implica su validez.

Es decir, le otorga un entrecomillado a que el método científico sea condición necesaria para validar un proceso cognitivo. Si bien es cierto que los autores de la disciplina son férreos defensores del “no podemos enseñar si no sabemos cómo funciona el cerebro” la pedagogía le responde con un “el cerebro es una herramienta social, de cuya relación con el entorno se derivan funcionalidades” que efectivamente, la ciencia no puede aislar en un laboratorio.

2. La metodología y la tecnología de la neurociencia cognoscitiva son todavía actividades en progreso.

Sobre todo, en lo que a tecnología de observación de la mente insconciente se refiere. Sin embargo y desde la década de los ´80, cada vez conocemos mejor cómo son los procesos que permiten a ser humano comprender la información, y como Benjamin K. Bergen postula, la representación visual , auditiva y kinestética parecen ser los recursos más usados por el cerebro para procesar conocimiento.

3. El aprendizaje no está completamente bajo control de la conciencia o de la voluntad.

Es decir, parte de los procesos cognitivos que permiten el procesamiento y almacenaje de la información se producen en el inconsciente. Aún no hay tecnología que permita leer cómo son, cómo suceden, y qué los causa. Y sobre, todo, en la mente insconsciente suceden patrones de razonamiento que pueden afectar al proceso voluntario del aprendizaje.

4. Una ciencia adecuada del aprendizaje considera los factores emocionales y sociales además de los cognoscitivos.

Bajo mi punto de vista, éste es sin duda, el mayor logro de la neurodidáctica: reconocer de manera científica que la emoción influye determinantemente en la adquisición de conocimiento. Según M. Victoria Peralta: “El sistema emocional es el que decide qué estímulos son importantes y valiosos, a través del sistema límbico. Por tanto, los sentimientos pueden fomentar el aprendizaje en la medida que intensifican la actividad de las redes neuronales y refuerzan las conexiones sinápticas. Las informaciones a las que el sistema límbico ha impreso un sello emocional, se graban profundamente y perdurablemente en la memoria.”

A pesar de ser un camino aún por explorar, la neurociencia nos aporta ciertas evidencias del funcionamiento del cerebro que no podemos pasar por alto cuando diseñamos metodologías de aprendizaje. De toda las que he leído, y de los informes, estudios e investigaciones a las que he tenido acceso hasta el momento, me quedo con las siguientes:

1. Los resultados de la investigación en neurociencia nos permiten saber que el cerebro conjuga el pensar, el sentir y el actuar.

Y no sólo lo digo yo, sino expertos como José Ramón Gamo. La buena noticia es que hay herramientas y técnicas que nos permiten, a través de la conversación y la observación del individuo,  actuar conscientemente sobre el eje pensar – sentir – actuar a la hora de procesar información. Y esta herramienta se llama PNL (Programación Neuro Lingüistica); a través de los metamodelos del lenguaje y de las submodalidades, la PNL nos da técnicas , de verdad, de las que se usan y surten efecto, para trabajar y mejorar los patrones de aprendizaje del individuo. De hecho, nos da toda una tecnología para aplicar las inteligencias de Gadner en el desarrollo de un concepto, y adaptarlo al patrón que el individuo tiende a usar en su representación del mundo. Mi insistencia con la PNL y su potencial no es puro capricho. Es que hoy por hoy es de las pocas herramientas que un formador tiene para ser eficaz en el desarrollo de su oficio. No elegí ser master practitioner PNL porque no tenía otra cosa mejor que hacer, a pesar de las críticas constantes que recibo por ello.

2. Según Feuerstein, la emoción y la motivación son determinantes a la hora de dirigir la atención que decide que información se archiva en los circuitos neuronales. En esencia esto constituye el acto de aprender.

Desde el punto de vista de la neurobiología lo correcto es:

    • Excitar la red pertinente.
    • Retenerla activamente.
    • Dejarla reposar.

Es decir, el trabajo del diseñador de experiencias de aprendizaje se basa en saber cómo activar estos tres procesos. Mi intuición me dice que en la excitación de la red neuronal (es decir, la motivación de la persona para aprender algo) tiene mucho que ver con lo que Paul Natorp describió en su tesis de pedagogía social: el aprendizaje se basa, por encima de todo, en el entrenamiento de la voluntad de querer aprender. Natorp desarrolló todo un sistema pedagógico para entrenar la intuición del individuo y el ejercicio de su voluntad. (Me encantaría saber cuántas escuelas de negocio y formación de postgrado han leído a Natorp antes de trabajar en el diseño de sus cursos).

Además de esto, realmente importante ese “dejar reposar” o introducir en en la estructura de diseño del curso etc. elementos de reposo cognitivo, ya sea a través de ejercicios de distracción o un diseño temporalmente distanciado entre conceptos clave.

3. El aprendizaje se fija de manera más eficaz si se acompaña de emociones positivas.

La motivación por tanto se convierte en un efecto y no en la causa. Como de nuevo apunta Feuerstein , este proceso se convierte en una autoestimulación que hace que la persona no busque el fin último de la satisfacción, sino que la satisfacción se convierte en parte del proceso. Y así, gracias a lo que Csikszentmihalyi denominó “flow” encontramos el nexo entre pedagogía y psicología positiva. Si bien muy abstracto para su aplicación en la formación, podemos quedarnos con la idea de diseñar modelos de aprendizaje que eliminen el sufrimiento, el estrés, la ansiedad , y cualquier otro motivo que repela la igualdad de aprendizaje y felicidad.